Pedro Miguel y el origen de su escritura.
El columnista de La Jornada nos
cuenta un poco sobre su trayectoria
y nos muestra la personalidad que
hay detrás de un apasionado por
la escritura.
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Contactar
a Pedro Miguel fue tan sencillo como su forma de ser, agarré el periódico,
busqué su columna y encontré la dirección de correo electrónico. A las pocas
horas ya tenía una respuesta amable donde me proporcionaba su celular para
concretar la cita. Dicho y hecho le hablé al día siguiente a la hora que me
había solicitado, contestó el celular con una voz grave y en una breve llamada nos
quedamos de ver ese mismo día en Plaza Cuicuilco. No quería que mi
impuntualidad me traicionara, me puse atento al reloj para llegar a la hora
acordada, las 9. Y así fue, llegué le hablé y me dijo que en diez minutos me
alcanzaba en el café Punta del Cielo, era lógico no podía haber otro lugar más
adecuado para una entrevista, bueno al menos así lo pensé yo. Me senté y para
no ser descortés no pedí nada hasta que mi entrevistado llegara a la cita.
Dicho
y hecho llegó a los diez minutos al café, vestido de forma muy sencilla nada
ostentoso me volteó a ver al mismo tiempo que yo me paraba con la intención de
saludarlo. Lo noté algo apresurado “me está esperando un cuate le voy a dar
unas cosas acá en el estacionamiento, vente y ahorita volvemos”. Me llamó la
atención el trató, poco formal pero sin dejar de ser cordial en ningún momento.
Después de unos pasos encontramos a su amigo y los tres juntos nos encaminamos
hacia el estacionamiento. Tanto Pedro Miguel como su amigo platicaban de la
familia mientras yo, callado y algo incómodo por la situación, caminaba tras sus
pasos. En una extensa búsqueda del coche de Pedro Miguel en el enorme
estacionamiento yo simplemente caminaba tras ellos. Me traían de un lado a otro
como si los conociera desde hace tiempo y existiera la confianza, situación que
no me molesto sino al contrario me daba gracia porque se notaba la
accesibilidad y sencillez de mi entrevistado, quien siempre estuvo atento que
caminara detrás de ellos.
Ya
en el café Pedro Miguel me pregunto que quería de tomar y muy amablemente me
compró un expreso. Una vez sentados en la mesa llegó el momento de la entrevista
pero empezar no fue una cosa fácil. Su mirada expectante de preguntas era
profunda, segura y pesada, con un nerviosismo evidente lancé la primera
pregunta “¿cuáles fueron los detonantes que lo perfilaron para convertirse en
un analista y activista político?” su respuesta fue inmediata y correctiva “Bueno
pero me estás haciendo dos preguntas muy distintas, qué detona que me vuelva
analista es una cosa y qué detona que sea activista es otra”. Mis nervios
hicieron la corrección de inmediato y le pedí contestar las dos que él me dijo “la
primera el hambre (risas), es decir necesitaba trabajo, sabía escribir ¿dónde necesitan
gente que sepas escribir? Pues en los periódicos”. Posteriormente me contó
sobre su breve paso en el periódico El Día como primer lugar de trabajo dentro
de la redacción, no duró más de siete meses. Con un tono monótono y sin ganas
de profundizar mucho, complemento la historia al hablar de su llegada a La
Jornada en 1984, mismo año de su fundación.
Al preguntarle si fue complicado entrar al
medio me responde que hizo un examen de admisión y con eso se unió al grupo
fundador de este periódico. Primero comenzó a hacer editoriales
internacionales, posteriormente nacionales y años más tarde comenzó a escribir
sus propios artículos que fueron bien recibidos por el medio. Para llegar a ser
columnista tuvo que pasar por muchos de los distintos puestos dentro de un
periódico, en ocasiones llegó a reportear aunque no fue una tarea frecuente.
Las respuestas son breves y sencillas, es claro que hablar sobre su trayectoria
laboral no es una de sus pláticas favoritas.
Las
respuestas breves no cesan, sin embargo se vuelven más extensas en el momento
de lanzar la primera pregunta sobre periodismo “ser periodista conlleva un
espíritu de denuncia. Cuando uno escribe, los hace para denunciar algo con lo
que no está de acuerdo o algo que le causa conflicto ¿usted que opina acerca de
esto?”. La respuesta es exaltada “me parece que es falsísimo, el trabajo del
periodista es informar no denunciar” me explica que se hace mal uso del sentido
de la palabra denunciar. En su argumento toma en cuenta el mal uso de la
información “la información se puede usar para crear conciencia o para adormecerla
o para muchas otras cosas. Eso ya no depende tanto de al tarea informativa sino
del enfoque del medio”.
En
el momento que se tocan temas como ética y objetividad periodística la respuesta
es igual de exaltada, hace un primer juicio de forma muy breve y posteriormente
argumenta “desde el momento en que tú tomas una decisión de cual es la nota más
importante, que vas a destacar en tu teaser, en tu cortinilla, en tu primera
plana dejaste de ser objetivo”. El humor y el ingenio definitivamente son parte
de la personalidad de escritor, al final remata su argumento con un tono
irónico “no hay un criterio de continuidad que te diga la relevancia de los
acontecimiento, tendrías que imprimir un periódico que fuera como un directorio
telefónico, con las notas ordenada en orden alfabético y con el mismo
tratamiento”.
Los
verdaderos gustos del entrevistado salen a flote cuando se toca el tema de sus
proyectos a futuro. “a mi lo que me gusta es escribir poesía y narrativa. Por
eso mis artículos de los martes son gritos políticos y los jueves son asuntos más
literarios, crónica y así”. Llama oficio a escribir y publicar porque dice no
tener profesión como tal, según él su trabajo consiste en ordenar y estructurar
lo que la gente piensa. La satisfacción en este trabajo existe “claro, es la
chamba que me tocó, estoy contento con ella no pienso dejarla si ella no me
deja a mi”, pero no lo califica como su proyecto de vida, “que me guste no
quiere decir que es mi proyecto de vida, mi proyecto de vida es tal vez pasármela
tomando cafecitos e ir al cine”.
Pedro
Miguel se muestra como una persona que se caracteriza por no darle muchas
vueltas a las cosas y simplemente navegar, con una mente libre que se expresa
con una escritura sin censura, que simplemente disfruta y lo acompaña en todas
sus navegaciones a través de distintos pasajes y denuncias, desde lo mágico
hasta lo trágico.